Estado y Teatro, los equívocos en los comienzos de una relación | Carlos Fos
06.11.2012
La relación de las salas teatrales en Buenos Aires con los distintos niveles de organización de gobierno, estuvieron signadas por dificultades desde sus lejanos inicios. Los permisos demorados del Cabildo a las obras a estrenar en el Teatro de la Ranchería o el Coliseo Provisional, las necesidades de dar respuesta desde lo ideológico en las programaciones, de acuerdo a los sectores de turno en poder, fueron moneda corriente en el siglo XIX. Censura, “Tribunales de buen gusto”, presiones embozadas o directas, ennegrecían la independencia de las propuestas escénicas, tornándola imposible. El propio virrey Vértiz, promotor de la primera Casa de Comedias estable en la ciudad, aceptaba que las obras que se llevaran a escena fueran censuradas, con el objetivo de que se purificaran “de cuantos defectos pueden corromper la juventud y servir de escándalo al pueblo y que se revisen antes las comedias y se quite de ellas toda expresión inhonesta o cualquier pasaje que pueda mirarse con este aspecto.” El incendio, posiblemente provocado por sectores reaccionarios vinculados a los poderes eclesiásticos locales, privó a Buenos Aires de su única sala. El primer periódico de la capital del Virreinato del Río de la Plata, el Telégrafo Mercantil, señalaba en su edición del 19 de septiembre de 1801: “¿Y es creíble que una Capital populosa, fina, rica, y mercantil carezca de un establecimiento donde se reciben las mejores lecciones del buen gusto, y de una escuela de costumbres para todas las clases de la sociedad: fuente deliciosa de primores y encantos, sin que el copioso número de generosos patriotas arbitre un robusto fondo gratuito para su perfecta y culta erección en los días de un Gobierno feliz y protector? La falta de teatros, dice un Sabio, que es el mas feo y fastidioso olor que puede enviar la rudeza de los pueblos.”
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