Augusto Boal

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Dos militantes obreros y un discípulo en un nuevo cruce con el primer teatro independiente

17.09.2014

Por Carlos Fos

Juan Bautista Enriquez y Pietro Volpi, fueron dos maestros en las escuelas racionalistas de Luján y Ensenada. En ambos establecimiento desarrollaron talleres de coro y gusto dramático, encargándose de la conformación de cuadros filodramáticos de la sección adultos. Estas experiencias fueron breves, pero su accionar en el movimiento se extendió por más de dos décadas, desempeñándose como acólitos e instructores. Los anarquistas no sólo atacaron la situación imperante, también profundizaron su lucha contra las formas básicas de la producción y el poder y criticaron con determinación a través de sus publicaciones y actos al sistema global de valores que las sostenían. 
Los valores son expresamente agredidos a través de las corporaciones más conservadoras del esquema social: la familia, la religión y la Nación, como marco trascendente de libertades. Aparecen además, claramente definidos, los elementos estructurales en la acción. A favor de quién se actúa, los trabajadores y en contra de quién se acciona, la propiedad privada de los bienes de producción y el poder coercitivo del Estado. Los anarquistas ajustaron su liderazgo en la acción y en las formas de su comunicación a las expectativas del sector proletario urbano que constituía su audiencia. Y la huelga general fue su arma dilecta. La reacción no se hizo esperar y leyes contrarias al espíritu constitucional fueron sancionadas como las de residencia y defensa social. Pero los socialistas no creían en la acción directa, ya que sólo la evolución y el progreso eliminarían la barbarie remanente de la oligarquía. Claro que esa supuesta evolución se limitaba a actos aislados y oscilantes de moderado tinte liberal, como el matrimonio civil o la ley 1420, todos explicados más por circunstancias externas que por convencimiento real. Inclusive el sistema electoral sin fraude, que fue resistido por décadas, sólo se impuso por la conspiración radical (movimiento de fuerza en diferentes lugares del país) y las huelgas cada vez más importantes (en extensión y virulencia) de los ácratas.
Junto a un reflexión fundamental sobre las condiciones sociales que producen ideologías y agrupaciones de emancipación, una eventual dinamización del pensamiento y la acción anarquistas pasa necesariamente por una vigorosa operación de recreación. Es indispensable recrear una serie de temas tabú cuya carga ideológico-emocional bloquea todas las posibilidades de reflexión. Y esta operación es tanto más necesaria cuanto se trata justamente de los temas constitutivos del “núcleo duro” del pensamiento ácrata.
El concepto de poder y, más precisamente, el concepto de poder político es uno de los primeros que haría falta desacralizar si se quiere desbloquear las condiciones de posibilidad para una renovación del movimiento. Se ha tornado habitual utilizar el modo de relacionarse con el problema del poder como uno de los más destacados criterios que permiten discriminar entre las posiciones libertarias y aquellas que no lo son. Es cierto, en sentido histórico, que la cuestión del poder constituye el principal diferenciador entre los grados de “libertarismo” de los varios pensamientos socio-ideológicos, así como de los diversos comportamientos socio-políticos, tanto individuales como colectivos. Lo que no parece aceptable es considerar que la relación del pensamiento libertario con el concepto de poder no puede formularse más que en términos de negación, de exclusión, de rechazo, de oposición, de antinomia.
Señala Enriquez, “La tarea que debía desempeñar me alejaba del arte como herramienta revolucionaria. Mi deber era llevar el ideal al norte de Santa Fe, pero no quería resignar mis experiencias con el teatro y la música, que tantos buenos resultados me proporcionaron en mi tarea docente. El desafío era implementar técnicas precisas que no requirieran de mucho tiempo para enseñar a escribir obras y actuarlas rudimentariamente. Pero el grupo de compañeros que harían las viadas conmigo, a excepción de Volpi, ignoraban principios básicos de la estética teatral ácrata y mucho menos tenían conciencia del valor del arte como vehículo de ideología. Por eso instrumenté un curso intensivo, que repetiría en el campo de trabajo de concientización proletaria. El mismo constaba de dos áreas, la de capacitación y la de formación cultural. En la primera, se darían clases de interpretación, buen gusto, gimnasia y uso de la voz, mientras que en la segunda se abordaría una breve historia del teatro burgués destacando sus incoherencias y un apartado sobre las valoraciones estéticas de la propuesta libertaria. Asimismo se dictaría un taller de producción de obras sencillas. Volpi tenía sus dudas sobre la eficacia del emprendimiento, pero luego de tres meses de trabajar con los compañeros, en número que superaba la docena, los resultados estaban a la vista. Dos pequeños esbozos de piezas estaban terminados y los militantes listos para su representación.”[1]
Esta experiencia fue continuado por ambos acólitos en distintas localidades del castigado norte santafesino. De allí surgió una obra de producción colectiva, construida sobre las experiencias narradas por los trabajadores en diferentes encuentros. Con el título de Despojados, fue leída en varios círculos de la zona. También se utilizaron fragmentos como monólogos didácticos.
“JOSE: ¿Cuándo ganaremos nosotros?. Los hacheros morimos en el interior del monte, sin pan, curtidos por el sol y asaltados por la enfermedad. Esperamos mucho tiempo a que desde los pueblos grandes llegara la ayuda que pusiera paz y justicia en los quebrachales. Pero ellos no quieren saber de nuestra vida dura. Nunca han visto un hachero; y si lo vieran volverían la cara avergonzados. A veces hablan de ellos… Se llenan la boca los doctorcitos con lindas palabras que son inútiles para los cientos de compañeros que se marchitan, explotados por los ingleses. Machete y machete, ritmo que no se detiene. Implacable reloj que marca nuestras vidas a cambio de un mendrugo para el rancho y la familia que aguarda. Golpe tras golpe. Olvido y miseria, amparándose en el aguardiente para que se les curen las heridas del abandono. Vivir como bestias, en toldos o a la intemperie por semanas, en sitios que las alimañas más pobres despreciarían. A los compañeros los envuelve un cansancio sucio. Y deben luchar contra la esclavitud en la que nacieron, sin resignarse a seguir así. Recuperar la dignidad, ser hombres. Para ello tenemos que unirnos, creer en la solidaridad y la igualdad de todos e inspirarnos en los principios de la anarquía. Así limpiaremos la suciedad que nos imponen y la patronal sentirá el rugir del obrero pensante.”[2]
Enriquez creó un cuadro filodramático en Tostado con el nombre de Claridad. Fueron dos años de actividad, acosados por las fuerzas represivas de la policía provincial a las órdenes de los capitales foráneos. El grupo participó de las últimas huelgas de comienzos de 1932, aplastadas por la reacción burguesa. Sostenido en la técnica de la construcción dramática a partir de trozos de hechos narrados por los protagonistas, el cuadro filodramático estrenó dos piezas breves, de la que sólo se conservó una escena de Por nuestra tierra:
“ENRIQUE: He sido peón por quince años, desde pequeño. He entregado mis manos a la tierra, para delicias del patrón. Nunca me quejé, ni por la falta de pago, ni por los lonjazos inmerecidos, ni por el almacén de ramos generales que nos robaba. Ahorraba el miserable jornal para tener mi propio espacio, para cultivar, para crecer junto a mi mujer y mis hijos. Cuando finalmente lo logré, no sabía que caía en la lógica del capital. La primera cosecha estropeada, los precios que ponía el rico apropiador. Y el banquero, con cara de amigo, ofreciendo una hipoteca y dinero a cuenta. Así, como tantos, perdí en la usura, lo que la explotación del patrón me había permitido comprar. Pero aprendí, al estar solo era un blanco fácil, hoy junto a decenas de compañeros vamos a hacer valer nuestros derechos. Muchos aún no se unieron por temor, temor a que quemen sus ranchos o maten a sus seres queridos. La única opción es reunirnos y practicar la solidaridad. Unidos y con la resistencia como estrategia obtendremos la verdadera libertad, la que no viene de la mentira del patrón o del político, la que nace en el corazón del obrero.”[3]
Enriquez abandonó la militancia en el movimiento libertario en 1940, ya que consideró que había perdido parte de su legitimidad como instrumento liberador. “Tenía muchos años por delante, y no quería desperdiciarlos en disputas estériles. No podíamos llegarle a los obreros con claridad, por falta de organización y especialmente por la pérdida de coherencia de varios compañeros en los sindicatos. Día tras día, se advertía la falta de un proyecto integrador, que permitiera alcanzar la sociedad anarquista por la que habíamos peleado. La diáspora de dirigentes, algunos abandonando toda práctica política y otros seducidos por el gremialismo reformista, nos colocaba en una situación desesperada. Tal vez me equivoqué, pero decidí alejarme sin renunciar a mis principios ni a mi voluntad creadora. Continué creando talleres de escritura y dos bibliotecas populares, en el Gran Buenos Aires. Desde estos humildes lugares seguí mi prédica de horizontalidad en las decisiones, de respeto y esfuerzo. En cuanto al teatro y al arte en general sigo pensando que debe ser producto del pueblo, al servicio de su liberación y formación integral como individuos. En este orden hice mías unas palabras que extraje del periódico español La fragua : “El teatro futuro huirá de la teatralidad de lo aparatoso, de lo multicolor que aturde, tendrá más objetividad, la sencilla gran belleza de lo que es asequible a todo anhelo, a todo conocimiento, a toda posible interpretación. Y la labor educacional y su eficacia revolucionaria correrá parejas con su sinceridad y con su realismo. Ante estos dos elementos el espíritu vibra y la inteligencia se despierta…”[4]
Volpi y Enriquez formaron a un sobrino del primero, Plácido, que supo participar de algunas de las presentaciones en calidad de ayudante. Nos resume, Plácido Volpe: “Tengo que admitir que mi intervención en las actividades de mi tío y sus compañeros estaban marcadas por mi deseo de hacer teatro, deseo que surgió sin estímulo alguno externo. Pero al ver un cuadro filodramático en acción supe que sería feliz si podía subirme a un escenario. Por supuesto, simpatizaba con las causas sociales pero mi juventud no me permitían comprender el valor de la lucha en su plenitud. Por eso, cuando la situación política se hizo insostenible para las propuestas anarquistas yo me trasladé a Buenos Aires a intentar probar suerte en algún grupo teatral. Sólo me encontraba con elencos comerciales que hacían sainete y sus proyectos no me interesaban en lo más mínimo. Cuando me hablaron que se juntaban algunos artistas que pretendían cambiar el panorama dramático de la ciudad, burdo y sin profundidad, me presenté a una reunión y me ofrecí para cualquier tarea. En estos encuentros, donde sólo escuchaba, conocí a escritores como Eichelbaum o Barletta, hombres de un profundo compromiso con un teatro de arte al servicio del pueblo. Quedé muy impresionado y hasta pude hacer de auxiliar de iluminador en esos primeros intentos.”[5]
[1] Entrevista personal a Juan Enríquez, Buenos Aires, 1984.
[2] Fragmento de monólogo inédito Despojados, sin paginar aportado por el militante Juan Enríquez.
[3] Fragmento de la obra Por nuestra tierra, inédita, sin paginar entregada por el militante Juan Enriquez.
[4] Ibídem nota 1.
[5] Entrevista personal a Plácido Volpe, Trelew, 1987.