Augusto Boal

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Texto de Osvaldo Dragún

21.01.2014

Texto de Osvaldo Dragún, e introduções feitas por Mila Aponte, Rosa Luisa Márquez e Antonio Martorell, e Maurício Kartun.
Por Mila Aponte
“Las huellas de una persona no pueden reducirse a un inventario de cosas”: con todo, aquí una breve nota biográfica sobre el dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, en un humilde homenaje a toda una prolífica vida comprometida con la artesanía teatral, el activismo cultural y las utopías unificadoras…

Chacho Dragún nace el 7 de mayo de 1929 en Colonia Berro, Entre Ríos, en el seno de una familia de emigrantes judíos. Futbolista, nadador y baloncelista, troca los deportes por la pasión teatral al mudarse a Buenos Aires y presenciar el trabajo de la compañía de teatro independiente Fray Mocho. Vislumbra con este grupo que el teatro puede ir más allá del realismo convencional, de las “puertas para salir” y “ventanas para mirar”, proyectándose hacia inagotables alternativas de libertad creativa. Es en el teatro que Osvaldo encuentra su total posibilidad expresiva. Estrena en el ‘56 con Teatro Fray Mocho su pieza La peste viene de Melos, que no es sino la primera de más de treinta obras que tiene a su haber. Piezas dramáticas convertidas en clásicos por su intenso contenido social y humano, son obras juguetonas del lenguaje, la imagen y la sensación, cargadas de fugaces guiños autobiográficos, entre las que se destacan Tupac Amaru (1957), Historias para ser contadas (1957), El jardín del Infierno (1961), Y nos dijeron que éramos inmortales (1962), Milagro en el mercado viejo (Premio Casa de las Américas 1962), Heroica de Buenos Aires (Premio Casa de las Américas 1966) Un maldito domingo (1968), Historias con cárcel (1973) y El pasajero del barco del sol (1996), entre otras.
Además de su fértil obra dramática, Dragún es recordado por vivir un compromiso incondicional con la utopía. Si “la historia de la humanidad es la historia del hombre haciendo lo imposible”, Chacho se entrega a lo imposible impulsando incontables proyectos dramatúrgicos, pedagógicos y de difusión del teatro latinoamericano. Fiel creyente de la necesidad de una activa militancia cultural y defensor tenaz de una estética teatral latinoamericana que sume lo fragmentado celebrando las diferencias, Osvaldo se hace múltiple. Provoca y transforma las convenciones del lenguaje dramático. Publica textos. Impulsa el Teatro Abierto (1981), en un esfuerzo por convertir el teatro en espacio de libertad y expresión en medio de la dictadura argentina, transformando una clientela cultural pasiva en agentes activos del quehacer teatral. Proclama el Día del Teatro Latinoamericano o el “Teatrazo”, proponiendo el 21 de septiembre (en Argentina, día de la juventud, la primavera y el amor) como fecha común para actividades que celebren la pasión teatrera. Impulsa espacios “oficiales” y “alternativos”, dirigiendo, entre otros, el Teatro Cervantes e impulsando proyectos como el Teatro de la Campana. Aúna esfuerzos para profesionalizar la enseñanza del actor y ampliar la preparación del teatrista, a través de seminarios de dramaturgia, cursillos de teatro latinoamericano, etc. Así, cobra vida en 1989 su proyecto más ambicioso: la Escuela Internacional de Teatro para Latinoamérica y el Caribe (EITALC), escuela “única, humilde, peregrina y trashumante”, de funcionamiento virtual en una suma de colaboraciones en favor de la cultura que ya sobrepasa los veinticinco talleres en diversos países del mundo, y donde miles de teatristas se han contagiado de utopías y experiencias.
A Dragún lo emboscó la muerte a los 70 años, un 14 de junio de 1999, mientras veía la película “La emboscada” en el Gran Splendid, junto a su esposa Beatriz y su amigo, el dramaturgo Roberto Cossa. Como Molière, cruzó el umbral hacia la última utopía en una sala de teatro… ”Y nos dijeron que éramos inmortales” : amante de su adorada Buenos Aires, del tango, el cigarro y el mate, de las mujeres y de las puestas de sol, nos queda su recuerdo de sencillez, vitalidad, simpatía y travesura, así como su obra, en un prometedor semillero de discípulos y colegas teatristas, comprometidos con la exploración de espacios, la búsqueda de alternativas… y la pasión teatrera.
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Por Rosa Luisa Márquez e Antonio Martorell
¡Oh, Osvaldo! ¡Uy, Dragún! Botafogo para los amigos, el Drago para los enemigos, que no tenía, por eso nunca se dragó. Era la fuente de la juventud en la antorcha encantada de su eterno cigarro. Un dragón adolescente enamorado de la vida, con mil y una Historias para ser contadas, comenzando por Los de la mesa diez, hasta su última cena en el cinematógrafo con palomitas de maiz en mano, de la mano de su esposa Beatriz y flanqueado por su amigo dramaturgo Roberto Cossa; un Moliére contemporáneo haciendo mutis entre bambalinas, candilejas y diablas encandiladas camino a sus nubes estrelladas.

Un dragón porteño, chupador de mate, maestro tanguero, futbolista y nadador estrella, adalid de doncellas desvalidas, activista cultural y amigo fiel.
El dragón de nuestra historia llegó a la Insula Barataria en plenos Juegos Panamericanos de 1979 y desde entonces hemos estado jugándonos la vida en el teatro. Llegó, con una versión realista y madura de su ya clásica Historias para ser contadas ejecutada con el elenco original del Teatro de los Buenos Ayres para el cual las escribió en 1956. En 1988 las remontó con los Teatreros Ambulantes de Cayey, en una versión épica, juguetona, tropical y guapachosa para la cual escribió una canción de entrada que decía “Nada es lo que parece ser.” Con un prólogo cantado, una sábana versásil, un paraguas sin lluvia y varias latas de cerveza llenas de granos musicales.
Qué sea el propio Dragún el que relate esa experiencia:
Dirigí las Historias muchas veces. Y cada vez me hacía-y me sigo haciendo-la misma pregunta: ¿ya que la historia que se cuenta se ha vuelto obvia para casi todo el mundo, y más que transformadora, confirmadora de una situación, ¿cómo transferir la posiblidad de tranformación a la estructura? ¿Cómo lograr que el público descubriese su propia capacidad de tranformalo todo, no a través de la historia escrita, sino de la historia vista, esa en que los objetos cambian de valor, de acuerdo al valor que se les de; en que el espacio se destruya para transformarse, reconstruirse en otro, más rico, más imaginativo? ¿Cómo rescatar para el ser humano su necesidad artesanal en un momento en que todo lo que produce parece fabricado por teléfono, a distancia?
Cuando trabajé con Los Teatreros Ambulantes de Cayei esas preguntas no fueron difíciles de contestar. Ellos ya eran un grupo de artesanos del teatro. Estaban entrenados, guiados, a hacerlo todo, sin nada. O mejor dicho, restituirle a cada objeto, a cada espacio, a cada hoja a cada piedra su valor humano, múltiple, imaginativo, necesario, artesanal…
Ese fue nuestro trabajo. Cómo divertirnos con los espacios, los objetos, y las personas, viendo cómo, delante nuestro, dejaban de ser lo que parecían ser. Y nos sorprendían. Por eso nos reímos, nos divertimos mucho con ese trabajo, porque vivimos sorprendiéndonos. Creo que por un tiempo logramos restituir su magia perdida al cotidiano. Y eso da risa. (en Brincos y saltos, 1991)
Y nos reimos escribiendo estas líneas, con él, de él y de nosotros mismos. Porque de eso se trata, del juego creador y de la risa renovadora, de a mal tiempo, buena cara.
La cara caríssima, maleable, como la de un muñeco de pan, siempre lista para el horno, humeante, cálida, alimenticia, vital, botando fuego. Ciao, Botafogo…
¡Ay, Dragún! ¡Oh, Osvaldo!

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Por Maurício kartun

“Chacho Dragún era una especie de utópico al que -como a todo gran utópico- alguna vez deberíamos levantarle una estatua . Dragún es un tipo que ha construido mucho más en el camino que en la llegada, ya que ese es el sentido profundo de la utopía.  Chacho era un tipo que armaba unos proyectos desmesurados, absolutamente imposibles de cumplir pero que en el camino obligaban a encontrar, a hacer cosas que eran verdaderos descubrimientos. La alquimia, por ejemplo, que es una utopía, quiere conseguir la piedra de toque, la que transforma la  materia en oro. Esto nunca se consiguió, pero fijate que curioso, fue un investigador alquímico buscando la utopía de esa piedra el que mezclando materiales inventó los fósforos. ”
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Prologo
Historias para ser contadas
Osvaldo Dragún, 1957

Público de la plaza, buenas noches.
Somos los nuevos comediantes:
cuatro actores que van de pueblo en pueblo,
que van de plaza en plaza, pero siempre adelante.
Si es cierto que la vida del hombre es una estrella,
que dura apenas un minuto en esta infinita trayectoria que es un día del mundo,
convengamos que es también una historia,
una pequeña historia irrealizada que termina a veces antes de empezada.
Una pequeña historia para ser contada.
La comedia italiana era otra cosa.
Tal vez fuese aquella época de rosas.
Hoy la flor se deshoja contra el viento
y la espina se hinca en nuestras manos a veces callosas
y entonces la arrancamos.
A veces de nube y naufragamos.
La mandolina rota de Arlequino es hoy tranvía furioso
y la sonrisa azul de Cantarina, la esperanza rosada de una nueva heroína:
madre, mujer, hermana,
que con un signo de interrogación tachan el día de mañana en nuestro calendario.
Más nosotros sabemos, ya que por actores, sabios somos,
que siempre llega el sol hasta la cuna de la simple semilla.
Un pequeño hombre no es más que una semilla
y su historia, una historia sencilla.
Nosotros existimos porque existen ustedes.
Sus historias nos pesan en el alma y nuestras manos las lloran.
Lágrimas de muy allá traemos y también una risa.
Y si alguno de ustedes, padres nuestros , tiene una risa para ser reída,
o una lágrima que deba ser llorada,
que se acerque al final de la jornada a nosotros actores, cantores, llorones, reidores, cazadores de estrellas.
Su historia contaremos allá en lejanas plazas, bajo el sol o la luna,
para ninguno o muchos, lo importante es contarla.
Y su pequeña historia acribillada, será otra historia para ser contada.

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